¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento? Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas. Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas.
Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo. Y el Señor me respondió: Escribe la visión, y haz que resalte claramente en las tablillas, para que pueda leerse de corrido. Pues la visión se realizará en el tiempo señalado; marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de cumplirse. Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá.
—Habacuc 1:2-4, 2:1-3
En este tiempo de Adviento y Navidad, aún mientras le damos la bienvenida a las Buenas Nuevas de Jesucristo y del Emmanuel, Dios con Nosotras y con Nosotros, las malas noticias siguen llegando. Estaríamos traicionando a las personas que sufren, están oprimidas, muriendo, levantándose, reclamando justicia, extendiendo la mano, cuidando y construyendo una comunidad más robusta si no confrontamos la verdad de nuestra situación.
El duelo, el lamento, la protesta y una profunda fatiga nos unen al profeta Habacuc en la desesperación espiritual y material, ya que la pandemia del COVID-19 ha cumplido un propósito “apocalíptico”, en el sentido del Nuevo Testamento: exponer, revelar, desvelar. Las crisis mortales que enfrentaban las personas y el planeta antes del COVID-19 persisten y se han profundizado.
¿Cómo no encorvarnos y doblarnos con un hastío demoledor y gritar con Habacuc: “¡Mira la violencia! ¿Acaso no nos salvarás?”
Tanto Habacuc como el Evangelio de Juan no ofrecen una respuesta sencilla sobre “esperar pacientemente la respuesta de Dios” o vivir el Adviento como la anticipación de la Buena Nueva que llegará sin falta y de manera definitiva el 24 de diciembre. Por el contrario, ambos se inclinan hacia la realidad del sufrimiento actual y permiten que esa enormidad se haga evidente. Ellos abrazan la espera no como una simple y pasiva espera de tiempo, sino mirando, detectando y discerniendo en alerta, ardua y activamente, cómo Dios está actuando y respondiendo desde y dentro del dolor y del sufrimiento. El Adviento es un tiempo colectivo de discernimiento alerta, vigilante. Es desde la “atalaya” del sufrimiento colectivo, desde los márgenes del poder y del privilegio que la visión se torna clara.
Como koinonia global nos encontramos con la Navidad de 2020 extenuados y extenuadas, pero fieles al mover profundo del Espíritu, las luchas de este último año y el pedo del dolor y la insurrección de la resistencia al racismo y los autoritarismos y la injusticia ecológica, económica y de género, se han convertido para nuestra familia global en una atalaya de discernimiento. Hemos recibido la gracia de poder leer los signos de los tiempos desde los sitios en los que nos encontramos, para recibir activamente la clara visión de Dios entre nosotros y nosotras, movilizándonos por la vida, por la justicia y la paz, detectable a través de los ojos de las personas desposeídas. Nos hemos reunido y continuaremos reuniéndonos virtualmente para sostenernos en oración y para discernir, confesar y dar testimonio conjuntamente, para buscar activamente encarnar una respuesta a la pregunta: ¿Qué requiere Dios de nosotros y de nosotras en tiempos del COVID-19 y más allá?
Hay una visión, dice Habacuc, para un tiempo determinado: un tiempo de opresión global y de desastre global. Y habla del final. No, no del fin del mundo, no del fin de toda la historia. Sino, en palabras de Pablo Richard, un teólogo chileno de la liberación, del fin de la historia de la opresión, un fin deseado e impulsado por Dios para este orden mundial injusto.
Y requiere que abracemos el adviento de un discernimiento alerta, que veamos los impulsos de esa Palabra vivificante, encarnada en las personas empobrecidas, impotentes, sin tierra, las despreciadas, las desposeídas, las refugiadas, las abusadas, las mujeres, y dejar clara la visión y abrazarla.
Desde esa atalaya construida desde el cansancio, la insurrección y la lucha somos llamados y llamadas, guiados y guiadas, nutridos y nutridas en el discernimiento de que “en lo que ha venido estaba la vida, y esa vida era la luz de la humanidad”, y que de su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia.
Esa gracia se percibe en el testimonio fiel de nuestra familia global, en el liderazgo de nuestro Comité Ejecutivo, es sus funcionarios y funcionarias y en su presidenta. En todas aquellas personas que claman por un cambio y que luchan por la justicia, en todas las que se ofrecen para servir.
La gracia libre y sin obstáculos para discernir fielmente las idas y vueltas de la vida frente a todo esto, para unirnos como una familia global en Jesucristo y defender, proteger y nutrir la visión de la vida abundante o empoderada por las buenas nuevas … no es que todo esté detrás nuestro, sino que el hecho de que Dios haya plantado su tienda entre nosotros y nosotras, y la visión de un final para esta historia de injusticia es porque este tiempo determinado habla de un fin, y no, no miente.
En palabras de un Nuevo Credo de la Iglesia Unida de Canadá: “En la vida, en la muerte, en la vida más allá de la muerte, Dios está con nosotros y nosotras. No estamos en soledad.”
Demos gracias a Dios.
Rev. Chris Ferguson
Secretario General