Pasando del miedo a la alegría

Este año celebramos una Navidad como nunca antes la había celebrado. Estamos rodeados de recomendaciones extrañas, ya que se nos solicita que limitemos el número de personas en la organización de nuestras reuniones familiares, que mantengamos la virtualidad, que modifiquemos las maneras que teníamos de expresar el cariño y nuestras celebraciones, y que demostremos afecto manteniendo distancia social. Una recomendación interesante que leí últimamente dice: “trata de preservar la Navidad del próximo año asegurándote de tomar medidas de seguridad para que entonces todas las personas estén alrededor de tu mesa”. Celebramos con una preparación cuidadosa y con temor en el aire, incluso con miedo hacia nuestros vecinos y vecinas, por el futuro o por la vacuna que llegará y sus consecuencias. ¿Cómo celebrar con todos estos miedos? ¿El miedo se robará nuestra alegría esta Navidad?

Al mirar de cerca la historia de Navidad, nos damos cuenta de que muchas personas también tenían miedo. Recordamos a Zacarías, quien estaba preocupado cuando el ángel Gabriel se le apareció y le dijo: No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elizabeth te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan” (Lucas 1:13). O María, que estaba atemorizada cuando el ángel Gabriel le dijo: No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor (…) Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.” (Lucas 1:30). O José, su esposo, cuando el ángel del Señor se le apareció en un sueño, diciendo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo” (Mateo 1:20). O los pastores: “En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo” (Lucas 2: 8-10).

La historia de la Navidad combina el miedo y la alegría. Es la historia de dudas y de preguntas inusuales junto a la experiencia de la certeza de un amor perdurable. Es la lucha entre la espera de un salvador y encontrarlo en lugares insospechados y en circunstancias extrañas. Es la historia en la que descubrimos la fortaleza en medio de nuestra debilidad, en un pesebre alejado de los castillos. Es la historia en la que el miedo no tiene la última palabra, sino la alegría de un nuevo comienzo: nace un salvador. Es la historia en la que nuestros ojos se desvían de nuestros temores para darnos la seguridad de que no estamos solos o solas, porque opimos las palabras que el ángel comparte con María:

“¡Alégrate tú que has recibido el favor de Dios! ¡El Señor está contigo!” (Lucas 1:30)

Jesús es la seguridad de que el Señor está con nosotros y nosotras, Emmanuel está con nosotros y nosotras, lo cual transforma nuestros miedos en confianza y nos abre los ojos a la realidad de que nuestra fortaleza viene de lo alto; nadie puede robarnos nuestra alegría. La pandemia del coronavirus puso a prueba al mundo y dónde yace su fortaleza.

Mientras luchamos hoy contra la injusticia en todo el mundo y con nuestra capacidad para transformar al mundo, posiblemente experimentemos impotencia y miedo. Pero reconocemos que Dios tomó la decisión de estar con nosotros y con nosotras, “el Verbo se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros y nosotras”. Como ha dicho Eugene Peterson: “El Verbo se hizo de carne y hueso y se mudó al vecindario”. Entonces nos preguntamos, ¿por qué tenemos miedo? Dios instaló su tienda entre los israelitas en el desierto, y en Cristo, Dios instaló su tienda entre nosotras y nosotros. Dios está en medio nuestro. Y ésta es nuestra esperanza, nuestra alegría, nuestra realidad y la centralidad de nuestra lucha y de nuestra fortaleza.

Lo que está pasando en el mundo podría despertar nuestros temores, ya sea por la realidad de las personas pobres, por los problemas de salud, por la injusticia racial y de género, por el dominio autoritario, por la marginalidad, por la estrategia de la injusticia económica o por las guerras destructivas. Sí, todo esto nos preocupa, pero sólo cuando descubrimos a nuestro vecino que instaló su tienda entre nosotras y nosotros, sumamos fuerzas para proseguir en el sendero de la justicia. El nuevo vecino está a salvo e incluso podría traernos alegría y paz y podría cambiar el mundo. Aún podemos oír sus resonantes palabras: “Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tienen tanto miedo?” (Mateo 8:26)?

Como Comunión, vivimos con esperanza más allá del COVID-19 y confiamos en que el Señor continuará enviándonos como una comunidad dispuesta a armar nuestra tienda allí donde sea que haya dolor, donde sea que se avasalle la dignidad del pueblo de Dios y donde la gente aún esté lejos de la vida en plenitud.

Sí, esta Navidad podría ser como nunca antes, siempre que reconozcamos una vez más que Dios está con nosotras y con nosotros.

Que tengas una feliz Navidad.

Rev. Najla Kassab
Presidenta

Ilustración de Joel Schoon-Tanis.

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